Foto de Francesco Lay |
A veces uno se pregunta por qué Jesús nos concedió un sacramento para el
perdón de los pecados. ¿No sería mucho más fácil confesar los pecados
directamente a Dios, sin necesidad de hablar con un sacerdote?
Dicho así hay que decir que efectivamente podemos confesar nuestros pecados
a Dios directamente, y debemos hacerlo siempre que pequemos. Le diremos que
sentimos haber ensuciado el amor tan grande que Él nos tiene y le pediremos
perdón.
Si lo hacemos así se nos perdonarán los pecados veniales. Pero para el
perdón de todos nuestros pecados, la enseñanza constante de la Iglesia es que
debemos acudir al sacramento de la reconciliación, o hacer un acto de contrición
perfecta sumado al propósito de acudir a la confesión sacramental tan pronto
como sea posible.
Sin duda Jesús instituyó el sacramento de la Penitencia para hacerse
presente inmediatamente a nosotros a través del sacerdote que nos oye y nos
absuelve. A fin de cuentas cuando nos confesamos directamente con Dios no oímos
las palabras tan reconfortantes de: “Yo
te absuelvo de tus pecados…” que nos tranquilizan de forma inmediata.
Téngase en cuenta que cuando decimos los pecados al sacerdote en confesión
no existe el riesgo de que los pueda referir a otra persona, porque el sacerdote
está obligado por el sigilo (silencio) sacramental. Nunca puede revelar
nuestros pecados a nadie.
Hay que decir también que acudir a un sacerdote para confesarnos (los curas
también nos confesamos); nos ayuda a todos a crecer en humildad, así como a
conocernos mejor.
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