“ Al
enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado
la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por
ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no habían descendido
sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor
Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el espíritu Santo”. (Hechos
de los Apóstoles 8, 14-17).
La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el
sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la
filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido
nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos más la misión, ayudarnos a dar
testimonio de la fe por la palabra y las obras.
La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma
un signo espiritual; por eso este sacramento sólo se puede recibir una vez en
la vida.
Los que se van a confirmar deben haber alcanzado la
madurez necesaria para proclamar la fe, estar en gracia de Dios, tener la
intención de recibir el sacramento y estar preparados para asumir su papel de
testigos de Cristo.
El rito esencial
de la Confirmación es la unción con el Santo crisma en la frente del bautizado,
con la imposición de la
mano del ministro y las palabras: “ recibe por esta
señal el don del Espíritu Santo”.
Para manifestar la unión que existe con el bautismo
durante la confirmación quienes la reciben hacen renovación de los compromisos
bautismales.
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