miércoles, 7 de diciembre de 2022

¡CONSOLAD, CONSOLAD A MI PUEBLO! (Parte I)

SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO    Is 40, 1-5.9-11; Mc 1, 1-8

Fuente: Pinterest

¡” Consolad, consolad a mi pueblo!" (Is 40,1). Esta es la voz del profeta Isaías, y estas profundas y antiguas palabras de esperanza y confianza del pueblo de Dios Israel, que la Iglesia nos presenta en Adviento, nos tocan una y otra vez el corazón. En la historia de los profetas este era un sonido nuevo. En primer lugar, en la época de los Reyes, los profetas, empezando por Elías y pasando por Amós, Oseas y Miqueas hasta Isaías, habían sido duros y exigentes, recriminando y agitando la conciencia de los devotos poderosos y seguros de sí mismos gracias a su fingida justicia, y defendiendo los derechos de los olvidados, de las viudas, de los huérfanos, de los pobres. Isaías pronuncia las palabras emocionantes que nos siguen, una y otra vez, estremeciendo: “Vuestras solemnidades las aborrezco de corazón, no puedo escuchar más vuestra palabrería, ni oler vuestro incienso. Esto sería para mí un verdadero ayuno: haced justicia al huérfano y a la viuda” (Is 1, 11 – 17).

Al final de esta larga sucesión de recriminaciones que provocan la sacudida se encuentra Jeremías, que se levanta con la razón de la fe contra el terco nacionalismo que quiere tomar a Dios en arrendamiento y, haciéndolo, se convierte en mártir. Entonces llega el gran enmudecimiento del exilio babilónico. Y después de setenta años, después de que Israel fuese pisoteado, casi aniquilado, ¡aparece esta voz completamente nueva!

Ya se ha sufrido bastante. La gran potencia que os deportó ya no existe. Las puertas de la patria están abiertas. El desierto se convierte en camino, y los pisoteados, los vencidos, son al final los auténticos vencedores. Dios ha pensado en ellos, y él es más poderoso que los grandes poderes de este mundo, aun cuando se tome su tiempo en la historia. “¡Consolad a mi pueblo!”. Dios no olvida a los que sufren. Los ama y los alienta.  

Por mucho que esto nos conmueva y nos toque el corazón, sigue habiendo en nosotros algo de desacuerdo o, al menos, de duda. ¿No hace ya demasiado tiempo de este consuelo? ¿No ha logrado demasiado poco? La misma Israel volvería a caer en la desgracia poco después. Y si hoy miramos este mundo, se encuentran en él imágenes conmovedoras de desconsuelo.    (continúa)

Fuente: Benedicto XVI, El camino de la vida. Homilías en el año litúrgico. Barcelona, 2019  

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