sábado, 15 de abril de 2017

Sábado en silencio...


Jesús ha muerto.

Amortajado deprisa y corriendo, su cuerpo yace en el sepulcro. Los discípulos se han dispersado, presas del miedo, de la incomprensión y de la pena. El Maestro, a quien todos creían el Mesías, ha muerto de la forma más ignominiosa posible. Como un malhechor. Como lo más bajo y más ruin. 

Sus sueños de gloria se han roto en mil pedazos. Solos, o en grupos de dos o tres, se esconden en la ciudad a esperar que pase el sábado. Y a pensar qué hacer ahora. Son conocidos como seguidores de Jesús, el fracasado. El traidor a Roma, el blasfemo. 

Juan se ha llevado a María a la casa dónde se alojan sus padres. No tiene otro sitio a dónde ir. Es aún muy joven, casi un niño. Salomé recibe a María con un abrazo lloroso, pero en seguida se sobrepone, y empieza a organizar y dar órdenes. 

Es ya tarde y al día siguiente es la fiesta, así que manda a Juan y a Santiago, que acaba de aparecer, a conseguir comida. El resto de las mujeres, que han venido con Salomé antes de que llegara Juan, están preparando mesas y sitios para dormir.

María se sienta en un rincón, serena, aunque con el rostro marcado por el dolor y con rastros de lágrimas surcando sus mejillas. Salomé trae una jofaina para que se lave la cara, y una toalla. María, a pesar del sufrimiento de la jornada, le sonríe con cariño, se lava la cara y se acerca a hablarle en voz baja.

—Debemos cuidar de los hombres un par de días. Hasta que... Bueno, hasta que se calmen un poco las cosas. El día ha sido terrible para ellos. Están decepcionados, asustados, tristes, solos. Necesitan alguien en quien apoyarse. Tú eres fuerte, sabes qué hacer en momentos difíciles. Tienes que tomar las riendas por el momento. Luego... Ya veremos. Creo que sería bueno mandar a algunos chiquillos a buscar a los apóstoles. Si conseguimos reunirlos aquí, será bueno para ellos. Mañana no pueden caminar, así que tendrán tiempo de tranquilizarse. Y el domingo..., el domingo...

No puede seguir. Salomé la abraza, mientras las lágrimas ruedan por su cara, ruda y curtida por el viento.

—No te preocupes, María. Cuidaremos de nuestros chicos. Y tú tienes que quedarte con nosotros. Ya oíste a Jesús.

Su voz se quiebra al pronunciar el nombre de Jesús y ahora es María la que la abraza a ella, diciendo:

—Shhhh... Ya pasó... Ya verás como todo termina bien...

No hay comentarios: