El misterio de la
Encarnación, por tanto, transforma la experiencia universal del « espacio
sagrado », restringiéndola por un lado y, por otra, resaltando su importancia
en nuevos términos. En efecto, la referencia al espacio está implicada en el
mismo « hacerse carne » del Verbo (cf. Jn 1, 14). Dios ha asumido en
Jesús de Nazaret las características propias de la naturaleza humana, incluida
la ineludible pertenencia del hombre a un pueblo concreto y a una tierra
determinada. « Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est ». Esta
expresión colocada en Belén, precisamente en el lugar en que, según la
tradición, nació Jesús, adquiere una peculiar resonancia: « Aquí, de la Virgen
María, nació Jesucristo ». La concreción física de la tierra y de su
emplazamiento geográfico está unida a la verdad de la carne humana asumida por
el Verbo.
Juan Pablo II,
carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados con la historia de la salvación,
29 de junio de 1999, n. 3
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