El Domingo (II)
El
domingo debe ser, de modo especial, un momento para la familia. Conocemos o
hemos tenido la suerte de vivir en familias que pasan casi todo el domingo
unidos y en paz, con un proyecto común. Juntos se va a misa, se prepara la
comida, se juega un rato o se va de paseo. Juntos se ve la televisión o se
hacen los deberes. Juntos se distribuyen las tareas (siempre hay mil cosas que
arreglar) y la limpieza de la ropa, de la cocina, de las esquinas llenas de
polvo o de arañas... Juntos. Son familias que pueden hacerlo todo juntos
porque, de verdad, se quieren a fondo, y saben unos ceder un poco para la
felicidad de otros. Y eso es muy fácil si el amor es lo más importante de la
casa.
Por último, o mejor, en primer
lugar, el domingo es el día del Señor. Una verdad profunda acompaña la vida de
todo creyente: venimos de Dios, vamos a Dios.
El domingo agradece el don de la
existencia, el amor de un Dios que nos creó y que nos permite disfrutar del
sol, de la luna, del viento, de la sonrisa de los niños.
El domingo nos hace pensar en el
"mañana" que brillará después de nuestra muerte, y nos recuerda que
mediante una cruz el cielo está abierto. El domingo nos susurra, sin gritos,
pero con constancia, que Dios nos ama, que somos sus hijos, que es un Padre que
nos espera con cariño.
Todo esto se vive de modo
especial en la Misa. Pero no sólo en ella. El clima familiar del domingo
debería suscitar en todos como una nostalgia de Dios, desde que nos vamos
levantando (sin las prisas de siempre pero con gusto y con entusiasmo por el
día libre) hasta que llegamos a la noche y miramos el futuro que nos espera. Un
futuro que puede ser negro o de colores, pero en el que siempre podremos
descubrir una mano providente que nos guía hacia la Patria del cielo.
El domingo es un día muy
especial. Nos lo recordó el Papa Juan Pablo II en su carta sobre el "Día
del Señor", escrita el año 1998. Nos decía en esa carta: "Por medio
del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden
encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos
inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que
convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero
rostro".
Nos urge, por lo tanto, revivir a
fondo el domingo, hacer de cada domingo, de verdad, el día del Señor y nuestro
día favorito. El día más deseado, el día vivido con más alegría, el día que nos
prepara para un cielo que será, nos lo enseña la Iglesia, un domingo eterno y
feliz...
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