Leo el texto de César Caro y no puedo evitar desear compartirlo con los seguidores de este blog. Me gusta. Os lo cuelgo aquí con la obligada referencia a la página en la que me lo encontré:
Ninguna persona viva ha visto jamás a un Papa renunciar. No disponíamos, en nuestro arsenal de sentimientos y de ideas, de registros a los que acogernos para saber cómo reaccionar. Ni siquiera el Vaticano, especialista en codificar ritos y tradiciones, sabía de qué manera expresar el hecho inédito de que un Papa deja de serlo por voluntad propia. Pero no es grave: los seres humanos necesitamos los símbolos para relacionarnos con la realidad y revelar nuestro mundo interior, y el genio del homo sapiens se puso a crear a todo trapo.
Lo fuimos viendo los días anteriores al momento del final anunciado: los zapatos rojos que ya no podrán volver a ser rojos, los sombreros y la esclavina que deben ir para siempre al guardarropa, la imagen de la silla vacía ("sede vacante") en la cuenta de Twitter papal, la permanencia en el blanco de la sotana, como si conservara una esencia y ganara en sencillez...
Fueron detalles bonitos y algo pintorescos, con valor estético y por tanto mediáticos, de fácil conexión con la superficialidad que nos rodea. Seguir leyendo en esta página.