martes, 26 de marzo de 2013

Agradecer el amor


El amor es el don gratuito por excelencia. Se puede agradecer cualquier regalo, pero nada es tan apropiado como dar las gracias por el amor recibido. De ahí que revivir durante unos días el camino a través del cual Dios nos manifestó su amor genera en cualquier persona el agradecimiento.

La oración nos ayuda a darnos cuenta de lo mucho que el Señor ha hecho y sigue haciendo por nosotros.

Si palpamos ese amor, llega un momento en el que siempre nos parece poco todo lo que hacemos por el Señor. En ese momento queremos ante todo corresponder al amor con amor. ¡Qué bien lo expresa este famoso soneto o anónimo del siglo XVI:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero que quisiera.
A lo largo de esta semana meditaremos una por una las etapas de la pasión del Señor. Él nos ha creado a cada uno y redimido a todos por igual. Podríamos hacer todo un elenco de los dones que se derivan de esas dos realidades: de él recibimos la vida, el alma, la inteligencia y la libertad; la revelación y la fe; la Iglesia. La lista de los dones de la gracia sería interminable: la efusión del Espíritu Santo y su presencia en nuestra alma, la filiación divina y la perspectiva de salvación eterna, los sacramentos, el perdón de los pecados y la curación de nuestro egoísmo, la presencia silenciosa pero real en cada sagrario, la posibilidad de presenciar y participar en la obra redentora cada vez que asistimos a la Santa Misa, la comunión eucarística, la misericordia…, el último regalo de Jesús, en la Cruz, fue su Madre.

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