La situación de enfermedad y
sufrimiento, la vejez, es siempre una prueba. Puede llevarnos a la angustia a
la desesperación y a veces a revelarnos contra Dios.
Pero también puede ser un momento
propicio para buscar a Dios o para reencontrarnos con Él. En favor de los
enfermos, la Iglesia continúa la acción de Cristo en su vida terrestre, curando
y salvando.
Un don particular del Espíritu Santo
La gracia del sacramento –en
cualquiera de ellos- es una gracia de consuelo, de paz y de coraje para vencer
las dificultades de la situación personal del enfermo. Este don del Espíritu
Santo renueva la confianza y la fe en Dios y da fuerza contra las tentaciones
de desánimo y angustia de la muerte.
Puede también producir en el
enfermo la curación del cuerpo si tal es la voluntad de Dios…Además, si ha
cometido pecados, le son perdonados.
La unión a la Pasión de Cristo
Por la gracia de este sacramento,
el enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de
Cristo. El sufrimiento, secuela del pecado original, se convierte en
participación en la obra salvífica de Jesús.
Una gracia eclesial
En la comunión de los Santos, la
Iglesia intercede por el bien del enfermo. Al mismo tiempo, por la gracia del sacramento,
el enfermo contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los
hombres por los que la Iglesia sufre y se ofrece por Cristo, a Dios Padre.
Mosaico del atrio del Hospital de la Isla Tiberina (Roma). www.hospitalarias.org |
Una preparación para el último paso
La santa unción de los enfermos
nos equipa y fortalece con miras a las últimas luchas antes de entrar en la
Casa del Padre.