domingo, 13 de marzo de 2022

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS


La Transfiguración de Jesús. Carl Bloch. Fuente: Wikipedia

“Señor, qué hermoso es estar aquí”. 

Qué hermoso es estar cerca de Dios, qué hermoso es contemplar a Jesús en la oración. Qué hermoso es el bien espiritual. Cuántas veces nos sentimos como Pedro, sentimos que el alma se nos llena de gozo, que estamos disfrutando realmente de Dios, de un momento de intimidad con Él que no lo cambiaríamos por nada del mundo.

Cuántas veces habremos vivido alguna situación así. Esa sensación de paz, alegría y bienestar espiritual que sentimos después de comulgar, o de rezar, o sencillamente de contemplar la Creación que nos habla de Dios.

No es mérito nuestro. Ese disfrute del bien espiritual viene de arriba. Es un don de Dios que, porque quiere, hace con nosotros lo que hizo con Pedro, Santiago y Juan: “... y los llevó aparte, a una montaña alta”.

Sólo elevados a una montaña alta podemos disfrutar del paisaje. Sólo elevados por Dios podemos disfrutar de los bienes espirituales. Sólo si Dios nos lo permite, podemos tener intimidad con Él. Por eso dice el Papa Juan Pablo II que él reza “... como le permite el Espíritu Santo”. Somos elevados, llevados ... “se nos permite” disfrutar de Dios.

Y en esos momentos en los que disfrutamos de la presencia y el amor divino, nos parece que no hay nada en el mundo comparable con eso y estamos firmemente decididos a no hacer nada por perderlo. Queremos fabricar una choza y quedarnos allí. No nos queremos mover de la presencia de Dios, no nos interesa nada más en este mundo...

... ¿O sí?

Mejor no confiemos en nosotros mismos. Con la misma facilidad con la que nos hemos llenado de gozo y certeza de que no hay otro bien en nuestra vida más preciado que Dios, con esa misma facilidad, lo perdemos. No hemos terminado de bajar de la montaña y ya tenemos nuestro corazón buscando otros consuelos. Ese corazón humano que, aun sabiendo que no hay felicidad más grande que Dios, se deja arrastrar por la sensualidad, la vanidad, la concupiscencia, el consuelo fácil.

Este Evangelio nos ofrece una enseñanza clave. Ese gozo de la presencia de Dios es el Cielo. Y no es para aquí ni para ahora. Por eso Jesús no permite que Pedro construya la choza y se instale. Para aquí, lo que tenemos, es la lucha. Una lucha que Dios, a veces en su misericordia, sabe endulzar con una subida a la montaña. Pero es una subida corta, como para tomar aire. Después hay que volver abajo, a la realidad. Y nuestra realidad, aquí y ahora, es luchar.

Para descansar en la presencia de Dios tenemos toda la eternidad. Ahí sí se nos va a permitir construir chozas y quedarnos para siempre.

Si hemos luchado.

Cristina González Alba. Orar con el Rosario. Bilbao, 2005.

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