jueves, 3 de octubre de 2019

Catequesis Teología del cuerpo (IX)


9. El ser humano como objeto para el otro

 

Dios se revela a Sí mismo sobre todo como Creador. Creador es el que «llama a la existencia de la nada», porque El «es amor» (1 Jn 4, 8). La creación, como obra de Dios, es un don que nace del amor. El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más alta del don divino, porque lleva en sí la dimensión interior del don y con ella trae al mundo su particular semejanza con Dios. 

 

Con las palabras: «No es bueno que el hombre (varón) esté solo -dice Dios Yahvé-, voy a hacerle una ayuda...» (Gen 2, 18), por primera vez aparece claramente una cierta carencia de bien. Lo mismo afirma el primer «hombre»; después de haber tomado conciencia de la propia soledad entre todos los seres vivientes sobre la tierra, espera una «ayuda semejante a él» (Gen 2, 20). Estas dos palabras: «solo» y «ayuda» indican lo fundamental que es para el hombre la relación y la comunión de las personas. *Comunión de las personas significa existir «con alguno», y aún más, existir «para alguno». Una relación de don recíproco está implícita sin duda en la felicidad originaria del hombre*. La felicidad proviene del amor. Si el hombre y la mujer dejan de ser recíprocamente don desinteresado, como lo eran el uno para el otro en el misterio de la creación, entonces se dan cuenta de que «están desnudos».

 


En el misterio de la creación, varón y mujer se ven y se conocen a sí mismos con toda la paz de la mirada interior que da la plenitud de la intimidad de las personas y se convierten en don recíproco alcanzando de este modo una comprensión especial del significado del propio cuerpo. Cuerpo, que manifiesta la comunión de las personas a través del don como característica fundamental de la existencia personal. La masculinidad-feminidad -esto es, el sexo- es el signo originario de una donación creadora y de una toma de conciencia por parte del hombre, varón-mujer, de un don vivido, por así decirlo, de modo originario. Este es el significado con el que el sexo entra en la teología del cuerpo.

 

«¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer y serán los dos una sola carne» (Mt 19, 4-5). Parece que en la revelación originaria no está presente la idea de la posesión de la mujer como de un objeto, por parte del varón o viceversa. Pero, por otra parte, es sabido que, a causa del estado pecaminoso contraído después del pecado original, varón y mujer deben reconstruir con fatiga el significado del recíproco don desinteresado.

 

La inocencia interior como «pureza de corazón», en cierto modo, hacía imposible que el uno fuese reducido por el otro al nivel de mero objeto. Si «no sentían vergüenza» quiere decir que estaban unidos por la conciencia del don, tenían recíproca conciencia del significado esponsalicio de sus cuerpos, en el que se expresa la libertad del don y la riqueza interior de la persona como sujeto. 

*Con el pecado, el descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo dejará de ser para ellos una simple realidad de la revelación y de la gracia. Sin embargo, este significado permanecerá inscrito en lo profundo del corazón humano, como eco lejano de la inocencia originaria*.

 

Fuente: Tomado de Teología del Cuerpo de Juan Pablo II

 

*Reflexión*: ¿He experimentado la felicidad de dar? ¿Cómo se vive esto en la relación conyugal? ¿Cuál es la diferencia entre una relación en la que soy tratado como ser humano a imagen de Dios y una en la que soy tratado como objeto?  

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