En la ciudad de Nazaret, vivía
un joven carpintero llamado José. Lo mismo arreglaba una mesa de madera que
colocaba el techo de una casa o preparaba los aperos de labranza. Era un joven
de poco más de 18 años, alegre y simpático que, desde hacía algún tiempo,
estaba saliendo con María, una joven de su pueblo. José era un buen partido:
fuerte, alegre y trabajador; además, su familia descendía del mismísimo Rey
David.
José y María ya habían
hecho público su noviazgo. Sus familias estaban contentas y preparando la boda
de los dos jóvenes. Pero José estaba triste. En los últimos meses, María había
cambiado. Estaba más silenciosa. Además había engordado un poquito… “Engordado”,
pensó José. De pronto se dio cuenta: “María estaba embarazada”. Pero eso no era
posible.
María y él no vivían
todavía juntos. No entendía nada de lo que había pasado y no se atrevía a
preguntarle a María. Él confiaba plenamente en ella, por lo que decidió
callarse y, para no hacerle daño a María, decidió marcharse lejos. Así lo tenía
planeado cuando se le apareció en sueños el ángel del Señor y le dijo:
-José, hijo de David, no
temas casarte con María porque el hijo que lleva en su vientre es el Hijo de
Dios. Cuando nazca el niño le pondrás por nombre Jesús, que significa “Salvador”,
porque ha sido enviado a salvar a los hombres.
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