El 19 de marzo
del año 2016, dentro del año Jubilar de la Misericordia y en el cuarto año del
Pontificado del Papa Francisco, nos ha regalado la Exhortación Apostólica
Postsinodal «Amoris Laetitia» (La alegría del amor). Está dedicada, según el
mismo Papa ha deseado indicar, a los obispos, a los presbíteros y diáconos, a
las personas consagradas, a los esposos cristianos y a todos los fieles laicos.
Lleva un
subtítulo interesante: «sobre el amor en la familia». Os vamos a adentrar en la
misma, haciendo un resumen, nada fácil, de 265 páginas, remitiendo a los
números de dicha Exhortación.
1.- Claves
globales de la Exhortación
Comienza el papa
Francisco afirmando que «la alegría del amor que se vive en las familias, es
también la alegría de la Iglesia» (n.1). Con un convencimiento: ninguna familia
es una realidad perfecta sino que requiere una progresiva maduración en la
capacidad del amor (n. 325).
Nos hace una
advertencia: sólo en el Reino definitivo encontraremos la plenitud. Esto nos
impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad y,
al tiempo, nos anima a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros
mismos y de nuestros límites (n. 325).
2.- El contenido de los nueve capítulos
Se abre, para «situar
el tono adecuado», inspirándose en la Sagrada Escritura (c. primero).
A continuación, se
describe la situación actual de las familias, para «mantener los pies en la
tierra» (c. segundo).
Se recuerdan algunas
cuestiones relevantes de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la
familia (c. tercero), y se dedican los capítulos centrales al tema del amor
(cc. cuarto y quinto).
Se destacan algunos
caminos pastorales para construir hogares sólidos y fecundos, según el plan de
Dios (c. sexto), con un capítulo dedicado especialmente a la educación de los
hijos (c. séptimo).
Se detiene en una
invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante las situaciones
que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone (c. octavo).
Por último, el Papa
aporta algunas sugerencias sobre espiritualidad familiar (c. noveno).
Vamos a hacer no una
lectura «lineal» (capítulo por capítulo) sino «trasversal», es decir,
subrayando lo más importante de dicha Exhortación, siguiendo un método: ver-juzgar-actuar.
3.- La realidad de la familia de hoy y algunos desafíos pastorales (el «ver»)
Se afirma que la
familia vive hoy en un cambio profundo antropológico y cultural (n. 32).
Estamos en la cultura del individualismo exasperado, de un sujeto que se
construye según sus propios deseos (n. 33).
Es una Familia que no
ha sido debidamente acompañada desde las claves cristianas (o por abandono o
por idealización) (n. 36), habiéndose insistido más en las cuestiones
doctrinales y morales (n.37).
Se experimenta gran
velocidad y cambio en las relaciones afectivas (nn. 38-39). Es una afectividad
narcisista, inestable y cambiante, que no ayuda a la madurez (n. 41). Los
jóvenes ven la familia como «privación de oportunidades de futuro» (n. 40); se
experimenta la soledad y la impotencia ante la realidad socio-económica (n.
43).
Se ha creado un
descenso demográfico y una mentalidad anti-natalista, promovida por políticas
mundiales de salud reproductiva (n. 42). Con la paradoja de nacimientos fuera
del matrimonio (n. 45)
Otros problemas serían:
la falta de vivienda digna (n. 44), las familias emigrantes (n. 46), las
personas con discapacidad (n. 47), la desatención de los ancianos (n. 48), y
las familias sumidas en la miseria (n. 49).
Y, entre los desafíos
más importantes, se enumeran: la ansiedad por el futuro (n. 50), las
drogodependencias (n. 51), la familia no fundada en el matrimonio (n. 52), la
poligamia (n. 53), la falta de protagonismo de la mujer (n. 54), el machismo
(n. 55), y la ideología de género (n. 56).
4.- El método pastoral o hermenéutica de fondo (el «juzgar»)
¿Cómo juzgó el Sínodo
el tema de la familia? El Sínodo puso sobre la mesa la realidad matrimonial y
familiar de hoy (n. 2). La reflexión de pastores y teólogos, si es fiel a la
Iglesia, debe ser honesta, realista y creativa, evitando dos extremos que se
repiten en los medios de comunicación y en algunos ámbitos eclesiales: o bien
el deseo desenfrenado de cambiar todo sin suficiente reflexión o
fundamentación, o bien la actitud de pretender resolver todo aplicando
normativas generales o derivando conclusiones excesivas (n.2).
En estos temas
complejos, es necesario, por un lado, una unidad de doctrina y praxis, pero
ello no impide que existan diferentes maneras de interpretar algunos aspectos
de la doctrina o algunas consecuencias que se derivan de ella (n.3). Es el
Espíritu Santo el que nos llevará a la verdad completa, pero en cada país o
región se pueden buscar soluciones más inculturadas y atentas a las tradiciones
y desafíos locales (n.3).
En pastoral, existe lo
que San Juan Pablo II llamaba «gradualidad», o conciencia de que el ser humano
conoce, ama, y realiza el bien moral según diversas etapas de crecimiento (n.
295). No es una «gradualidad de la ley misma» sino de su ejercicio o puesta en
práctica por sujetos que no están en condiciones de comprender, valorar o
practicar plenamente las exigencias objetivas (n. 295).
También hay que
«discernir las situaciones llamadas irregulares». A lo largo de la historia
Iglesia se han dado dos lógicas: o marginar o integrar (n. 296). Se trata de
integrar a todos y de ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de
participar en la comunidad eclesial (n. 297). Es responsabilidad de los
presbíteros y del obispo el acompañamiento con estos criterios: humildad,
reserva, amor a la Iglesia y a sus enseñanzas, búsqueda sincera de la voluntad
de Dios, y deseo de alcanzar una respuesta a dicha voluntad lo más perfecta (n.
300).
Existen «circunstancias
atenuantes» en el discernimiento pastoral, porque limitan la capacidad de
decisión. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran
dificultad para comprender los valores inherentes a la norma (n. 301). El
Catecismo nos recuerda, entre otros, la ignorancia, la inadvertencia, la
violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados, y otros factores
psíquicos o sociales (n. 302).
Aunque sea verdad que
las normas generales presentan un bien que no debe desatenderse ni descuidar,
en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones
particulares (n. 304). Y lo contrario: en un discernimiento práctico, ante una
situación particular, ésta no puede elevarse a «categoría de norma» porque
pondría en riesgo los valores a preservar (n. 304).
Por creer que todo es
blanco o negro, a veces, cerramos el camino a la gracia y al crecimiento, y
desalentamos caminos de santificación que den gloria a Dios. Un pequeño paso,
en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida
externamente correcta de quien transcurre sus días sin afrontar dificultades
importantes (n. 305).
5.- Claves de espiritualidad y de pastoral familiar (el «actuar»)
El salmo 128 nos sitúa
en las claves espirituales de la familia: «tú y tu esposa» (es una única
voluntad de amor) (n. 13); «los hijos como brotes de olivo» (sabiendo que no
son propiedad de los padres y que deben seguir su propio camino en la vida) (n.
18); «comerás con la fatiga de tus manos» (implica sufrimiento y dolor) (n.
19-23); pero siempre existe la «ternura del abrazo» (imagen de la comunión
trinitaria) (n. 29). Hay que crecer en el amor conyugal a imagen del amor de la
Trinidad (n. 121): sabiendo que es para toda la vida; teniendo todo en común
(n. 123); y reflejando «la máxima amistad» y la máxima alegría y belleza (n.
126).
La gracia del
sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges
(n. 89), tal y como se refleja en el Himno de 1Cor 13,4-7: amor paciente y
lento a la ira sin amarguras ni insultos ni maldades (Ef 4,31) (n. 93),
servicial y bondadoso en su obrar (n. 93), sin envidias ni celos (n. 95), sin
hacer alarde de grandezas ni ser arrogante (n. 97), amable y sin durezas
(n.99), desprendido y sin buscar su propio interés (n. 101), no se irrita ni
muestra violencia interna (n. 103), no lleva cuenta del mal y sabe perdonar (n.
105), no se alegra de la injusticia de los demás (n. 109), goza con la verdad
(n. 110), disculpa todo (n. 111), cree todo y sabe confiar (n. 114), todo lo
espera y no desespera del futuro (n. 118), y todo lo soporta con espíritu
positivo en las contrariedades (n. 118).
Se destaca, en otro
orden de cosas, que la sexualidad es buena y bella (n. 150), y el amor erótico
es un don de Dios (n. 152). Se denuncia toda manipulación y violencia de la
sexualidad que la convierta en fuente de sufrimiento (n. 154). El amor conyugal
«se manifiesta y crece» a la vez, con tres palabras claves: «permiso, gracias,
perdón» (n. 133). Siempre abierto al diálogo y dispuesto a modificar y
completar opiniones (n. 139).
Finalmente, en este
apartado, una anotación importante: matrimonio, virginidad y celibato se
complementan, porque todas son formas de amor (n. 159). Sólo se puede amar para
toda la vida, siendo fieles en cualquier estado, con la fuerza del Espíritu
Santo (n. 164).
6.- Algunas perspectivas pastorales con futuro
Ante todo, tenemos que
anunciar, hoy, el Evangelio de la familia, desde una iglesia en clave
misionera, en la que todos estamos implicados:
familia-parroquias-comunidades-diócesis, es decir,
laicos-consagrados-presbíteros…) (nn. 199-204). A partir de aquí, un «antes, un
en y un después».
Un antes: Hay que
acompañar a los prometidos en el camino de preparación al matrimonio (n. 205),
con agentes de pastoral como las propias familias (n. 208), y mediante
encuentros personalizados y más comunitarios (nn. 209-211).
Un en: hay que preparar
bien la celebración matrimonial (n. 112) para que los esposos sean conscientes
de lo que celebran, teniendo en cuenta la peculiaridad de las culturas (nn.
213-216).
Un después, en las
diversas etapas: hay que acompañar en los primero años de vida matrimonial (n.
221), para que se abran a la vida (n. 222), para que sus expectativas sean
realistas y no demasiado altas (n. 221), y para que se integren en las
parroquias (n. 223) y en movimientos (n. 229).
Hay que iluminar, en
todos los estadios de la vida, las crisis, las angustias, las dificultades (n.
231), el curar las viejas heridas (n. 239) y el saber acompañar rupturas y
divorcios (n. 241).
Hay que prestar
especial atención a algunas situaciones complejas: matrimonios mixtos
(católicos y otros bautizados cristianos) (n. 247), de disparidad de cultos
(católicos y otras religiones) (n. 248), casos en los que se celebró el
matrimonio antes de la conversión de un cónyuge (n. 249), uniones de personas del
mismo sexo (n. 251), familias monoparentales (n. 252).
Hay que saber
acompañar, acompañar, cuando la muerte ha clavado su aguijón (n. 253). «Aceptar
la muerte es poder prepararnos ya para ella» (n. 258).
Hasta aquí, una lectura
global y resumida de la Exhortación. La invitación es a leerla personalmente e,
incluso, compartirla en familia y en grupo en la parroquia o en las diversas
comunidades de referencia. No se perderá el tiempo.
Mons. Raúl Berzosa
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