Esta mañana he
asistido al entierro del Párroco emérito de Muros, Don Casimiro Torres Pombo, D.E. P.
No hace falta que diga que era un gran sacerdote. Sus
60 años como tal son la carta de presentación más fiel de un hombre que se
había ordenado para servir y hablar sólo de Dios. Al salir de allí pude tomar
un café con 1, 2 y hasta 3 sacerdotes. Don Andrés Trinquete González , el párroco de Vila de Cruces y natural de Muros
dejó sobre la mesa unas notas que redactó por si alguien le preguntaba algo. Con su permiso me
atrevo a publicarlas.
Con el corazón abatido
y el ánimo contristado debido a la pérdida de un ser tan querido para todos
nosotros, para esta parroquia, comarca, arciprestazgo y diócesis escribo estas
palabras después de que el pasado miércoles en torno a las dos de la tarde
recibiese la noticia de que Don
Casimiro estaba ingresado en el hospital provincial.
Sobre las cuatro de
la tarde fui a visitarlo y estuvimos hablando durante unos momentos hasta que
tuve que marcharme. A las seis y media de la tarde recibí la noticia de su
fallecimiento.
En ese momento el
cielo comenzó a llorar porque este buen pastor cerró los ojos a este mundo para
siempre.
Todos sentimos el
dolor y la pérdida ya que fue él quien inició en la fe a miles de muradanos y
foráneos y nos fue acompañando hasta responder a nuestra vocación. La vida de Don Casimiro es la
vida de un hombre rico por haberla entregado a Dios.
El 26 de agosto de
1928 en una parroquia de Sanxenxo, cerca del santuario de la Virgen de la
Lanzada nació un niño que estaba llamado a grandes cosas: entregar su vida Dios
en el servicio a los hermanos. Tiempos duros, difíciles y recios en el Seminario
hasta recibir la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1953. Con mucha
ilusión comienza su servicio en Santo Tomás de Piñeiro y el Seijo (Pontevedra), lugar en el
que deberá afrontar el reto de edificar un templo. Su tesón hace que saque
adelante con éxito esta obra y su buen hacer provocan que el Sr. Cardenal lo
envíe aquí.
Había fallecido –poco
antes- un sacerdote bajito y fuerte en carnes: Don Ramón García Longo, “O gorrión”. Su tarea desde
entonces no sería fácil: el campo era grande y la labor muy amplia ante sus
ojos. Un gran apoyo a su lado será su familia: su padre, su madre la Sra.
Elisa; sus hermanos; y de manera muy especial entre ellos Maruja, compañera
fiel hasta hoy.
En este pueblo
pasarán casi 50 años, -la mayoría de su vida-, por eso se sentía muradano como el que más. Éste
era su pueblo. Él ha visto crecer y prosperar esta muy noble, leal y
humanitaria villa de Muros. Desde el primer momento su mayor inquietud será dar
a conocer a Cristo y promover el encuentro sacramental con Él. Todo su empeño e
interés más profundo a lo largo de su vida fue llevar al ser humano al
encuentro con Dios. Evangelizar era su pasión.
Dedicó mucho tiempo
a la predicación siendo un gran predicador: la gente reconoce
su capacidad de palabra, palabra pensada, meditada, reflexionada, llevada
primero a la oración, a tiempo y a destiempo: no descansaba sin predicar. En
una ocasión le preguntó a un chico con cierta ironía: ¿quién predica mejor el cura de Lira o yo?
El chico respondió: “os dous sodes largos”.
Otro de los aspectos
que no olvidaremos es su capacidad para el canto, su voz: bien sabía el que
quien canta reza dos veces. Disfrutaba con el canto, canto que vivía, que
provocaba la alabanza de Dios. Cómo echaremos de menos su entonación, el “Señor, ten
piedad” en los responsos: apuntaba y traía cantos que aprendía, los trasladaba con entusiasmo a un pueblo que
vibra con el canto.
Siempre encontraba
tiempo para estar en el confesionario: a él acudían muchas personas para
compartir preocupaciones, desahogar la conciencia, pedir consejo, sabía
escuchar hasta el punto de que cuando no estaba algunas personas iban a su casa
para confesarse. Trataba de ser expresión del amor y perdón gratuito de Dios.
Decimos que tenía
carácter, un genio especial: cuando se enfadaba también lo hacía bien. Aunque
procuró siempre ser el cura de todos y para todos: niños, jóvenes y mayores.
Recuerdo que cuando comencé a ayudarle en misa yo aún no le llegaba al altar.
Tantos y tantos jóvenes han pasado por esta iglesia. Dios quiso premiarle con
cinco sacerdotes nativos de Muros durante los años en los que él fue el párroco:
el recordado y querido Pepe de Muros, Moncho, José Manuel, Jota y yo. Estas vocaciones
surgieron durante su ministerio de lo que él se sentía muy orgulloso.
Era un hombre
profundamente generoso sin límites: no estaba pegado a las cosas, tenía vida
sencilla promocionaba las conferencias de San Vicente de Paúl y nadie
necesitado marchaba con las manos vacías de su lado. Fue muy generoso también
con los seminaristas: por su lado hemos pasado muchos que recordamos su
testimonio y agradecemos el haber estado al lado de un sacerdote entregado. Era
cumplidor sufría si el pueblo quedaba un día sin misa, casi no salió de
vacaciones, siempre disponible, dispuesto a acudir y ayudar al necesitado.
Podríamos decir que murió con las botas
puestas trabajando: siempre sacerdote.
Hubo momentos que
para él fueron muy duros: profanación del sagrario, robos, muerte de su familia
o de personas cercanas, de sacerdotes, amigos…., también la famosa historia del
rayo de la torre, las terribles desgracias y tragedias ocurridas en el mar a su
gente.
En los últimos años
lloraba con facilidad, muchas veces contagiaba con las lágrimas que asomaban en
sus mejillas las mismas que hoy vuelven a nuestros ojos por él.
Algo que vimos y
aprendimos de él fue su apertura a las mociones del Espíritu manifestadas en
movimientos, asociaciones y modelos de vida: retiros espirituales, adoración
nocturna, comunidades neocatecumenales, tantos y tantos momentos en los que
demostró que era un buen sacerdote.
Algo que aprendimos
de él y con él fue el revivir la plasticidad de la Semana Santa muradana: se
crearon las cofradías, se hicieron cambios en la del encuentro y la palomita
todo ello para que tuviésemos una conciencia más profunda del misterio pascual
y colocar muy alta la fama de este pueblo.
Quedarán para el
recuerdo además las diferentes obras que se hicieron en capillas e iglesia.
Pero sobre todo de él destacaría su fraternidad con los sacerdotes cercanos: Don José de Serres, Don Manuel, Don Manuel Búa -un sacerdote
ciego al que llevaba cada día a celebrar la misa en la Virxe do Camiño. Supongo
que sacaba las fuerzas de la oración que era su refugio donde hablaba con Dios
de sus alegrías y angustias, de sus
desvelos y encontraba consuelo y las indicaciones de Dios para saber cómo
actuar y hacia dónde tirar.
Los últimos años de
su vida fueron un abrazarse a la cruz de la fragilidad, de la enfermedad pero apoyado siempre en
Cristo quería seguir celebrando su fe, quería ayudar. Es necesario agradecer al
párroco actual; Don
Alfonso, sus desvelos y preocupaciones y las atenciones tenidas hacia él. Pienso
que pierde un buen ayudante pero tendrá y tendremos ante el Señor un mejor e
incansable intercesor.
Damos gracias a Dios
por su vida, por el testimonio de su entrega. Pienso que le echaremos de menos,
él fue muy importante en nuestras vidas. Ante el buen Dios, hablará de Muros.
Nosotros guardamos el recuerdo de un
servidor bueno y fiel. Gracias Don
Casimiro por todo. Gracias Señor por Don Casimiro.
1 comentario:
Me ha encantado la semblanza. Don Casimiro, siendo yo un cura recién salido del seminario pagó el Sagrario de una de las parroquias en donde yo estaba. Nunca olvidaré esa "caridad"...
D.E.P.
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