martes, 15 de enero de 2019

Catequesis del Papa sobre la Misa (XI)


Catequesis del Papa sobre la Misa (XI)




RESUMEN DE LA CATEQUESIS DEL PAPA EL 7 DE MARZO DE 2018


Después de presentar el pan y el vino el sacerdote inicia la plegaria eucarística de la Misa. Corresponde a lo que Jesús mismo hizo, a la mesa con los apóstoles en el Última Cena, cuando «dio gracias» sobre el pan y después el cáliz de vino (cf. Mateo 26, 27; Marcos 14, 23; Lucas, 22, 17-19; 1 Corintios 11, 24): su acción de gracias revive en cada eucaristía nuestra. Después de haber invitado al pueblo a levantar los corazones al Señor y darle gracias, el sacerdote pronuncia la Oración en voz alta, en nombre de todos los presentes, dirigiéndose al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo.

En el Misal hay varias fórmulas de la plegaria eucarística. Todas son bellísimas. En primer lugar está el Prefacio, que es una acción de gracias por los dones de Dios, en particular por el envío de su Hijo como Salvador. El Prefacio se concluye con la aclamación del «Santo», normalmente cantada.

Después está la invocación del Espíritu para que con su poder consagre el pan y el vino. La acción del Espíritu Santo y la eficacia de las mismas palabras de Cristo pronunciadas por el sacerdote, hacen realmente presente, bajo las especies del pan y del vino, su Cuerpo y su Sangre. Jesús en esto ha sido clarísimo. Es el cuerpo de Jesús; ¡es así! La fe: nos ayuda la fe; con un acto de fe creemos que es el cuerpo y la sangre de Jesús. Es el «misterio de la fe», como nosotros decimos después de la consagración. La Iglesia quiere unirnos a Cristo y convertirse con el Señor en un solo cuerpo y un solo espíritu. Y esta es la gracia y el fruto de la Comunión sacramental: nos nutrimos del Cuerpo de Cristo para convertirnos, nosotros que lo comemos, en su Cuerpo viviente hoy en el mundo.

La Oración eucarística pide a Dios reunir a todos sus hijos en la perfección del amor, en unión con el Papa y el obispo, mencionados por su nombre, signo de que celebramos en comunión con la Iglesia universal y con la Iglesia particular (en nuestro caso, Santiago de Compostela). La súplica, como la ofrenda, es presentada a Dios por todos los miembros de la Iglesia, vivos y difuntos, en espera de compartir la herencia eterna del cielo, con la Virgen María. Nada ni nadie es olvidado en la Oración eucarística. Y si tengo alguna persona, parientes, amigos, que están en necesidad o han pasado de este mundo al otro, puedo nominarlos en ese momento, interiormente y en silencio o hacer escribir que el nombre sea dicho.

La plegaria eucarística nos enseña a cultivar tres actitudes que no deberían nunca faltar en los discípulos de Jesús. Primera, aprender a «dar gracias, siempre y en cada lugar»; segunda, hacer de nuestra vida un don de amor, libre y gratuito; tercera, construir una concreta comunión, en la Iglesia y con todos. Por lo tanto, esta oración central de la misa nos educa, poco a poco, en hacer de toda nuestra vida una «eucaristía», es decir, una acción de gracias.

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