viernes, 1 de junio de 2018

Gaudete et exsultate



El Papa Francisco ha publicado un importante documento titulado «Gaudete et exsultate» («Alegraos y Regocijaos»), que es una exhortación apostólica sobre la vocación a la santidad. Las palabras que inician el documento «Alegraos y regocijaos» fueron dirigidas por Jesús a aquellos que, a través de la historia, son perseguidos y humillados por seguirle a Él, por tratar de vivir el plan de santidad que nos propone en el Evangelio.
Esta llamada universal a la santidad ha sido recordada con interés por el Concilio Vaticano II en la constitución dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia. Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre Dios.
TODOS LLAMADOS A LA SANTIDAD
No pensemos, por tanto, que esta llamada a la santidad es referida sólo a aquellos que han merecido ser canonizados o beatificados por la Iglesia y hoy son venerados como tales y festejados solemnemente por la comunidad cristiana.

«Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos …. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos … ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando conpaciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales».
El tema de la santidad no es nuevo y en la Sagrada Escritura hay muchas alusiones a ella, como la apelación de Jesús a ser perfectos como el Padre celestial es perfecto (Mt. 5, 48).
PREDICAR, SOBRE TODO, CON EL TESTIMONIO
Cuando recorremos la historia de la Iglesia, encontramos, ya desde sus comienzos, que fue la presencia de los grandes santos que hoy están en los altares y la multitud de los santos anónimos los que ayudaron a la Iglesia a superar las diversas crisis por las que ha pasado. Es interesante ver cómo el martirio de miles de cristianos en los primeros tiempos fue semilla de una vida cristiana renovada y fecunda. Y esto se repitió en otros momentos históricos hasta nuestros días. Y en el momento en que vivimos, a principios del siglo XXI, diríamos que urge especialmente la santidad en la vida de la Iglesia.

Hoy la humanidad y la cultura contemporánea ya no escuchan a los predicadores sino sólo a los testigos. Quieren ver cristianos que, con su vida ejemplar, sean testigos de esa fe que profesan. Pero no olvidemos que esta importante condición de testigos es fruto inherente a la santidad.

Artículo publicado en Pobo de Deus, número  821

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