viernes, 16 de julio de 2010

¡Qué cara más dura!


“Cuando iban de camino entró Jesús en cierta aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Pero Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo:

Señor, ¿no te importa que me hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile que me ayude.

Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, andas inquieta por muchas cosas. En verdad sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no se la quitarán”.

¡Qué cara más dura!
Es el reproche que podría salir de nuestros labios al escuchar cuál fue la actitud de María en la escena evangélica en la que su hermana Marta está sirviendo y ocupándose de las cosas de casa. También Marta reprochó al Señor que no le diga nada a aquella que está sentada a sus pies escuchándolo. El Señor advirtió a Marta en lugar de María: “andas nerviosa e inquieta por muchas cosas, sólo una es necesaria”.

Cuánta atención debemos poner en estas palabras nosotros; muchas veces muy ocupados: siempre con prisa, esclavos del reloj, de los atascos y de lo inmediato. Siempre andamos ocupados en hacer tantas cosas que al final uno se pregunta si ha hecho algo importante. Jesús le reprocha a Marta que por muchas cosas buenas que haga, se olvida de aquella que es la más importante.
Sólo una cosa es necesaria y María ha escogido la mejor parte. Esto no es un ataque en contra de quienes trabajan todos los días sino que, sobre todo, significa plantearse de qué sirve toda nuestra actividad sino le damos importancia a las cosas de Dios.
Tal vez hoy en día nos movamos mucho y oremos muy poco. Por eso, el remedio para no caer en una actividad feroz y en la confusión y el queme interior es saber que la solución de ser Marta es ser también María; es comprender que todos estamos llamados a trabajar y a rezar recordando que lo más importante es Jesús. Y así; se hace fácil aprender a gastar cada día un tiempo poniéndonos a los pies del Señor y decirle: Señor, enséñame qué es lo más importante de mi vida, por qué cosas tengo que apostar y por qué cosas no vale la pena que yo me enfade o me disguste.

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